2020 fue el año en que estuvimos en peligro. La sensación de fragilidad, la certeza de que la muerte era una posibilidad y el desconcierto de cómo atravesar la pandemia de covid dieron una nueva dimensión a la vida individual y colectiva. El encierro forzado y el aislamiento para evitar contagios generó el desafío de cómo reconstruir los vínculos a la distancia, mientras la incertidumbre sobre el futuro atravesaba las paredes.
El director Fernando Spiner es un conocido de Tucumán, donde realizó su película “Aballay, el hombre sin miedo” hace 15 años. Su nombre vuelve a sonar por su última realización, “Weser”, en la cual se sitúa en Villa Gesell, desde donde “un grupo de personas aisladas durante la cuarentena busca consuelo y sentido en la poesía, mientras se aferra a la fantasía de reconstruir su vida fracturada, en una película que entrelaza realidad y sueño, explora el cine como refugio y reflexiona sobre la naturaleza humana y el poder del arte para trascender la desesperación”.
“Es una película absolutamente autorreferencial, solo que en vez de contar mi propia vida y que me pasó esto y aquello, es una experiencia más espiritual, mística y misteriosa de las cosas que me atravesaron, metidas en un contexto que intenta ser un relato desde el principio hasta el final”, dice en diálogo con LA GACETA. La última proyección de su filme será hoy en el Espacio Incaa de la sala Hynes O’Connor (San Martín 251), a las 20.
Tan personal es esta producción que el título de la película es el nombre del barco en el que vino su bisabuelo escapando de las persecuciones de judíos en Europa Oriental en 1884. También es el nombre de la boya naranja que está frente a la costa de ese balneario, a la que nada junto a su amigo Aníbal Zaldívar (coautor del guión).
- ¿Cómo definirías “Weser”?
- Es difícil de definirla porque, como en las cajas chinas, van apareciendo nuevos temas. No es ni un documental ni una ficción: es un ensayo, es poético, y juega con la representación, con la verdad y con la ficción. Las fronteras entre los géneros se han ido ampliando; ya el documental puro prácticamente no existe, ni tampoco la ficción pura y de alguna manera intento expandir más todavía esos límites. Todos tendemos a definir las cosas, a encasillarlas, y en este caso es más difícil, pero no por eso menos intensa y profunda la experiencia de verla. Es la segunda película de la trilogía de “La boya”, y retoma algunos tópicos, con la idea de mirar a la muerte de frente leyendo poesías sobre ese tema y con la gente de mi pueblo. Queríamos hacer un abordaje diferente, situado en la pandemia, pero mantener vivo el espíritu, para sumergirse en un universo inesperado pero luminoso.
- Citás “La boya”, donde estuviste en pantalla junto a Zaldívar, con quien repetís proyecto.
- Con mi amigo escribimos el guión porque queríamos contar algunas cosas y no sólo hablar de la muerte que nos estuvo rondando durante el covid. Pero había muchas otras cosas que no sabíamos que queríamos contar y nos dispusimos a entenderlas. En el recorrido de la escritura y en la realización de la película, dejamos que vinieran a nosotros; estuvimos dispuestos a recibirlas y a sumarlas construyendo un todo con un montón de cosas diferentes entre sí. No es una producción clásica, con un relato que una vez que uno lo escribió hay que llevarlo adelante en la línea en que fue concebido. En este caso, es una experiencia diferente de lo cinematográfico.
- Ese aceptar nuevos aportes que aparecen es arriesgarse desde el vamos...
- Soy parte de un todo que me sobrepasa, que me supera y que es el gran misterio de la existencia humana. Con Aníbal queríamos hablar de la representación de la ficción, del documental, de nuestras propias vidas y, como personas grandes que somos, de la muerte, lo que nos parecía muy genuino pero en una reflexión luminosa. El cosmos nos fue guiando.
- Los grandes espacios abiertos y la soledad de tus personajes se repiten también en tu obra, ¿de qué te hablan?
- Pasé parte importante de mi infancia, preadolescencia y adolescencia en Villa Gesell, en esos espacios de soledad, donde en invierno vivía muy poca gente. Me gustan mucho los espacios abiertos, y por eso filmé “Aballay” en Amaicha y en los Valles Cachaquíes tucumanos, de los que tengo un recuerdo tan hermoso y con tantos amigos y gente querida. Me fascinan la inmensidad y el hombre y la mujer solos en esos entornos, que nos remiten a esa pequeñez que somos y que a veces olvidamos.
- El mar aparece como otro actor que impulsa tus relatos...
- El mar es el gran protagonista. Prácticamente nací en el mar, viví muchísimos años de mi vida frente al mar, y soy un devoto enamorado de él, tiene un valor muy importante y muy significativo. Estoy contando los días para ir a Villa Gesell a entrar nadando hasta la boya.
- ¿Todos necesitamos una boya que nos salve? ¿Hacer cine es la tuya?
- Sí, todos necesitamos una boya que nos salve y para mí efectivamente cada película es una. Es lo que yo siempre siento cuando voy nadando. No solo me permite mantenerme a flote mar adentro, sino que es aquello hacia donde voy, lo que me marca el camino, lo que se constituye un símbolo; es poético también.
Cine argentino: Fernando Spiner indaga sobre la vida y la muerte en “Weser”- Tu película habla de los sobrevivientes, sea de un naufragio, del covid o de cualquier otra experiencia. ¿Todos lo somos?
- Hablamos de náufragos y sobrevivientes, que es efectivamente lo que somos. La muerte está presente a lo largo de toda la vida y es lo que le da sentido, y en el filme se decide mirarla de frente. No es que pueda hablar desde certezas, porque me siento parte de un misterio infinito. La tarea de la creación y de la expresión artística consiste en acercarnos a experiencias que nos atraviesan y preguntarnos cosas sobre temas difíciles y un poco tabú.
- ¿Otro tópico de tu relato es la construcción de la memoria?
- Sí, la memoria es lo que nos constituye. Si no recordamos, no somos nada. Para mí, además, es un tópico fundamental de nuestra historia como país: es algo clave a nivel personal y a nivel sociedad. Estamos viviendo una situación muy trágica, producto de cosas que nos han sucedido por muchos motivos. Hay una parte importante de esta sociedad que ha olvidado la tragedia de la dictadura, del neoliberalismo, de la destrucción de la industria nacional, de la no empatía, del odio, de la agresión... La memoria es clave y en esta historia también está esa niña que tuvo que exiliarse y que no recuerda su infancia y ese ser que intenta ayudarla a recordar.
- El retrato de la cotidianeidad durante la cuarentena se presenta en múltiples pantallas, estados, profesiones y demás. ¿Seguimos así de fragmentados como sociedad?
- A partir de la pandemia esta idea de fragmentación y de soledad, la dificultad de vincularnos, se ha establecido y se ha incrementado. Es parte de este momento tan difícil que vivimos, con experiencias a través de las redes sin poner el cuerpo, cuando la experiencia y la vivencia es algo irreemplazable, es lo que nos constituye. En el filme, Guillermo Saccomano augura que vamos a salir peores de la situación que atravesamos, muy por el contrario a lo que se decía. Efectivamente, hemos salido peores porque estamos viviendo un momento trágico a nivel país, con un gobierno violento, persecutorio, entreguista. La agresión constate, como seres humanos, nos hace muy mal y nos lleva a nuestras zonas más oscuras. Soy optimista y quiero serlo a partir de lo que hago y de lo que transmito; es lo que deseo para mi propia vida y para la vida de todos.
- ¿Por qué decidiste estar otra vez en pantalla?
- Porque me pareció que el relato se estructuraba de una manera muy verdadera, siendo yo quien iba a hacer una película, siendo un cineasta. Y está mi amigo poeta, que se quedó en nuestro pueblo y que de algún modo representa a quien yo podría haber sido si en vez de irme me hubiera quedado. Esa es la base de la boya a través de la cual después, haciendo ese documental, descubro la obra poética de mi padre, la historia de mis ancestros. “Weser” es parte de una trilogía que comenzó con “La boya” y que tendrá continuidad. El cine es un juego porque nos remite a esa escena infantil en la que jugamos a ser otros y que sucede algo que en realidad no está sucediendo.
- ¿Cómo ves el cine nacional actual?
- El cine argentino tiene una historia excepcional; junto con Brasil y con México son los más importantes de América Latina. El cine independiente nacional ha sido valorado en los festivales más importantes del mundo en los últimos años. Desde siempre estamos pasando un momento muy difícil, y ahora es de los más difíciles que nos ha tocado pasar porque el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incca) cumplía una función fundamental como espacio de fomento y era tal vez uno de los más democráticos existentes: el dinero que va al Incca sale de un impuesto de las entradas que se pagan para ir al cine y está destinado a hacer películas y apoyar los lanzamientos. Había una ley, que ahora fue derogada, por la cual las salas estaban obligadas a pasar un filme argentino si proyectaban una gran cantidad de películas extranjeras. Por supuesto que era imperfecto y era complejo trabajar con el Incca pero sin ese organismo no se podrán hacer las 150 o 200 producciones independientes que se hacen ahora, lo que no pasa en otro lado. En los países más importantes del cine del mundo, como Francia, España, Corea del Sur y muchos otros, hay leyes que protegen y fomentan el cine, porque la presencia de Hollywood es tan potente, con su fuerza económica que ya viene ejerciéndose desde hace muchísimos años, siendo hasta dueños de las salas, que no puede funcionar de otro modo. No es una cuestión de la Argentina, es una cuestión mundial: si se pretenden tener una industria audiovisual, hay que tener apoyo del Estado.
- ¿Está en riesgo en el país?
- El cine seguirá existiendo porque es una pulsión de una sociedad, pero sin una voluntad política de protegerlo y de sostenerlo, está una situación muy difícil. Auguro por un país que defienda la industria nacional y por un Incca que vuelva a impulsar al sector independiente.